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Cuando los Irúnmolé vinieron de Ìkòlé Orun (Cielo) a Ìkòlé Ayé (Tierra), Èsù Òdàrà, conocido también como Lánróyè, se acercó a Obàtálá y le pidió ser su hijo adoptivo mientras estuvieran en la Tierra. Obàtálá estuvo de acuerdo.
Cuando llegaron a la Tierra, Èsù Òdàrà (Lánróyè) se mudó a la casa de Obàtálá como su hijo. Vivían juntos como una sola familia, pero cada vez que Obàtálá enviaba a Lánróyè a hacer un mandado, este encontraba excusas para no hacer lo que se le decía. Si la tarea era en la casa, fingía que tenía dolor de cabeza o decía que no la había hecho porque no entendía cómo hacerla. A veces, simplemente salía corriendo de la casa temprano en la mañana y volvía cuando todas las tareas se habían realizado. Yemóó, la esposa de Obàtálá, solía quejarse al principio, pero pronto se acostumbró a las bromas de Lánróyè.
Era peor cada vez que lo enviaban a la granja, en el camino tiraba el cesto, la azada o el machete, también a veces hacía llover deliberadamente hasta asegurarse de que el río o el arroyo estuvieran demasiado caudaloso para cruzarlos. Algunas veces Lánróyè era aún más travieso, específicamente cuando Obàtálá lo llevaba a la granja por la fuerza hacía que la balsa que servía de puente colapsara o incluso usaba su Àdó-Àse, instrumento de mando, para causar dolor de cabeza, malestar estomacal o mareos a Obàtálá. Eso los obligaba a volver al hogar y Lánróyè llegaba con actitud triunfante. Obàtálá y Yemóó finalmente consideraron a Lánróyè como el niño problema de la familia.
Sin embargo, un día, Lánróyè decidió devolver todos los buenos gestos que sus padres adoptivos habían tenido con él. Razonó y llegó a la conclusión de que les había hecho tantas ofensas e infligido tanto dolor, que lo único razonable que podía hacer era compensarlos de una manera que nunca olvidarían. Cuando decidió a hacer eso, lo siguiente que ocupó su mente fue: ¿Cómo recompensaría a sus padres si no tenía trabajo? ¿Cómo mostraría gratitud cuando no tenía ahorros propios? ¿Cómo les mostraría reconocimiento por todos sus buenos gestos, si era un hombre perezoso que no quería hacer ningún trabajo?
Al poco tiempo, se le ocurrió una idea sobre cómo podía hacerlo exitosamente. Buscó en sus bolsas de trucos y sacó una idea ingeniosa que convertiría a sus padres en personas exitosas durante la noche sin necesariamente lastimar a otras personas o causar dolor a nadie.
Un día, muy temprano en la mañana, Obàtálá despertó a Lánróyè y le ordenó que se preparara para seguirlo a la granja. Para sorpresa de Obàtálá, Lánróyè rápidamente mostró estar dispuesto. Empacó los machetes y las azadas, puso todo en la canasta y le dijo a Obàtálá que estaba listo, incluso no quería esperar para desayunar. Incapaz de decidir si la actitud de Lánróyè era real o falsa, Obàtálá sugirió que necesitaban comer primero, pero Lánróyè respondió que comerían cuando llegaran a la granja ya que había mucho trabajo que hacer ese día. Para no opacar su nuevo entusiasmo, Obàtálá estuvo de acuerdo con su hijo y ambos se dirigieron a la finca.
A medio camino de la granja, Lánróyè le dijo a su padre que tenía la necesidad de vaciar su intestino muy rápidamente en un arbusto cercano, que continuara que pronto se reuniría con él. Obàtálá siguió adelante y le dijo a su hijo que no llegara tarde.
Tan pronto como Obàtálá se perdió de vista, Lánróyè dejó la canasta en el sendero, cogió su espada y se adentró en el monte. Buscó un bastón llena de púas, lo cortó y fue directo al mercado. Él buscó una posición estratégica y se quedó allí. Tan pronto como vio a algunas personas que iban camino al mercado, Lánróyè comenzó a cantar lo siguiente, agitando su bastón con púas de manera amenazante:
Por favor permita que Bara entre (a la casa)
Si te niegas a dejar entrar a Bara
No ves el bastón que lleva Lánróyè
Cualquiera que haya ofrecido un buen ebo, Èsù apoyará a esa persona.
Él/Ella será bendecido con riqueza e hijos
Èsù apoyará a la persona
Él/Ella negociará y tendrá éxito.
Èsù apoyará a la persona
Látopa, Látopa Èsù gongo!
Látopa, Látopa, Èsù gongo!
Cuando los viajeros que venían al mercado oyeron lo que cantaba Lánróyè y vieron el bastón de púas en su mano, supieron que tenían dos opciones: negarse a ofrecer ebo como había dicho Èsù e incurrir en su ira; o realizar el ebo y recibir sus bendiciones (riqueza, hijos, negocios exitosos, etc.). Todos eligieron lo segundo. En poco tiempo, todos los lugares se llenaron de cuentas, ropa, comida, oro, plata, marfil o esmaltes con nombres desconocidos, etc. Todo el pueblo dividía en dos lo que llevaba al mercado para la venta y le daba la mitad a Lánróyè. Todos ellos estaban siendo bendecidos por Lánróyè e inmediatamente estaban saldando los compromisos que tenían en sus vidas.
Lánróyè les ordenó que llevaran todos esos artículos a la casa de sus padres. Ellos cumplieron. Antes del mediodía, el recinto estaba lleno; no había espacio para acumular más cosas. Algunos de ellos optaron por ir al mercado, vender todos esos bienes y volver con el dinero. Incluso haciendo eso, a la mitad de la tarde, no había lugar para seguir guardando dinero en el recinto de Obàtálá. Yemóó que estaba en casa cuando todo esto estaban pasando, no podía pronunciar una palabra. Ella no sabía qué decir o hacer.
Mientras tanto, Lánróyè iba de puerta en puerta agitando su bastón y cantando su canción. Todo el pueblo dividía sus pertenencias en dos partes iguales y enviaba la mitad a la casa de Obàtálá, donde algunos estaban allí para vender esos objetos y luego volvían al lugar con el dinero.
A esa misma hora, a mitad de la tarde, Obàtálá estaba fuera de sí por la ira. Decidió que ya era suficiente con este hijo suyo recalcitrante. Él decidió darle a Lánróyè, a toda prisa, una lección de vida que nunca olvidaría. Para cuando se puso el sol, Obàtálá estaba excitado por la furia. ¡Regresaba, despotricando y furioso! En el trayecto se encontró con personas que le miraban con ojos extraños. Eso lo molestó aún más. Se prometió a sí mismo que toda su furia caería sobre Lánróyè. Cuando llegó a su casa, vio a mucha gente comprando y vendiendo frente a la misma. En su confusión, se olvidó temporalmente de su ira. Él vio a mucha gente saludándolo y felicitándolo por su nuevo éxito.
Obàtálá exigió ver a su esposa inmediatamente porque no había manera de entrar a su casa. Cuando vio a Yemóó, ella le explicó que todo lo que estaba viendo allí era obra de su hijo Lánróyè. Todos los granjeros habían vendido con éxito sus productos agrícolas; los comerciantes había vendido con éxito todas sus mercancías; los cazadores habían vendido con éxito todos los animales que mataron en el bosque; los viajeros habían tenido éxito en su viaje y la mitad de todas estas ganancias pertenecían a la familia de Obàtálá, simplemente porque Lánróyè había hecho posible que así sucediera. Obàtálá buscó a Lánróyè para en vez de darle ira, bendecirlo desde el fondo de su corazón.
En un solo día, sucedió un milagro que cambió la vida de todos: La familia y el barrio de Obàtálá amanecieron sin nada y luego se acostaron con abundancia, porque Lánróyè, su otrora niño recalcitrante, lo había hecho así para ellos. ■
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